martes, 29 de abril de 2014

Nuevas masculinidades

Los hombres también tenemos género

Por:  18 de abril de 2013
La lección de esgrima
Todavía hoy a muchos, y también a muchas, les sigue sorprendiendo que me defina como hombre feminista, algo que además en estos tiempos de retrocesos democráticos proclamo con contundencia siempre que puedo. No obstante, a estas alturas debería ser incuestionable que la  igualdad de derechos de mujeres y hombres es un presupuesto ineludible de la democracia. En consecuencia, cualquier demócrata, hombre o mujer, debiera ser feminista, en cuanto que individuo comprometido con el objetivo de que el sexo no sea un obstáculo para el acceso a los bienes y el disfrute de los derechos.  Desde el convencimiento de que el feminismo no es lo contrario al machismo y de que la lucha de aquel no es contra los hombres sino contra el orden social y cultural que representa el patriarcado.  
A diferencia de las mujeres, que llevan siglos cuestionando su lugar en la sociedad y el pacto social que las ha mantenido históricamente discriminadas, los hombres no hemos tenido la necesidad de mirarnos en el espejo y mucho menos de analizar críticamente una estructuras que nos beneficiaban. Como bien sentenció John Stuart Mill, hemos sido educados en la “pedagogía del privilegio” y, por tanto, nos hemos limitado a ejercer el poder en unas estructuras binarias basadas en la supremacía de lo masculino sobre lo femenino. Todo ello además con el respaldo garantista de los ordenamientos jurídicos y desde la identificación de lo universal con lo masculino.
Con ese desigual reparto de posiciones se configuraron los Estados contemporáneos, la teoría de los derechos humanos y hasta las mismas democracias que durante décadas excluyeron a las mujeres de  la plena ciudadanía. Como bien ha analizado el feminismo, el pacto social estuvo precedido de un “contrato sexual” mediante el que se consagró el privado como espacio de sometimiento de las mujeres mientras que en el público nosotros ejercíamos  plenamente los derechos como ciudadanos.
En paralelo se consolidaron dos mundos, el masculino y el femenino, articulados de manera jerárquica y a los que correspondieron valores, hábitos y actitudes concebidos desde la oposición. En este contexto los hombres hemos sido siempre socializados para desempeñar la función de proveedores y para monopolizar la esfera pública.
Se nos ha educado para el ejercicio del poder, el éxito profesional y la individualidad competitiva, lo cual ha implicado a su vez el desarrollo de unas capacidades y la renuncia a otras. Es decir, se nos ha socializado en el marco de unos valores y habilidades que contribuían a alcanzar y mantener nuestro papel de héroes, al tiempo que negábamos las capacidades consideradas femeninas. La masculinidad patriarcal, por tanto, se ha construido sobre una afirmación –la que la vincula con el ejercicio del poder y, en consecuencia también, con el uso en su caso de la violencia– y sobre una negación –ser hombre es ante todo “no ser una mujer”.  
No en vano el diccionario de la RAE mantiene como una de las acepciones de feminidad “el estado anormal del varón en el que concurren uno o varios caracteres femeninos”. De ahí que la homofobia, entendida en un sentido amplio como rechazo de lo femenino y en sentido estricto como negación de las opciones no heterosexuales, forme parte de la definición de una virilidad que ha acabado actuando sobre nosotros como un “imperativo categórico”.
En definitiva, y gracias al patriarcado, los hombres también tenemos género, es decir, también “nos hacemos” de acuerdo con unas reglas sociales y culturales que determinan nuestro lugar en la sociedad así como nuestra propia identidad. Somos educados para desempeñar el papel que se espera de nosotros y que está ligado a las posiciones de privilegio que durante siglos nos han convertido en sujetos activos frente a unas mujeres sometidas en lo privado y condicionadas por su papel de cuidadoras. Y no sólo nos hemos visto obligados a asumir como máscaras inalienables la agresividad, la competitividad, la obsesión por el desempeño o la fortaleza física, sino que al mismo tiempo hemos renunciado a las virtudes y capacidades vinculadas a lo emocional, a los trabajos de cuidado, al mundo femenino que ha carecido de valoración socio-económica y cultural.
Esa omnipotencia también ha generado sus patologías, las cuales nos han mantenido en muchos casos aferrados a un yugo. Prisioneros en la cárcel de la masculinidad hegemónica que nos ha exigido demostrar de forma permanente nuestra hombría y ocultar bajo mil escudos nuestra humana vulnerabilidad.
Es urgente, pues, que los hombres empecemos a mirarnos por dentro y a analizar críticamente nuestro lugar en un pacto social que nos hizo vencedores, aunque paradójicamente también nos condenara a renunciar a todo lo que no cabía en el prototipo del que Joaquín Herrera denominó "depredador patriarcal". Es necesario que nos reubiquemos en lo privado, que reivindiquemos y ejerzamos nuestro derecho-deber de corresponsabilidad en el ámbito familiar, que asumamos los valores y las habilidades que durante siglos negamos por entenderlas como negadoras de nuestra masculinidad y, por supuesto, que encabecemos junto a nuestras compañeras las luchas aún pendientes por la igualdad. Un compromiso que se hace especialmente necesario ante la crisis del Estado Social y la reacción patriarcal que empieza a vislumbrarse, dos factores que no sólo ralentizan la agenda feminista sino que incluso ponen en peligro los derechos que creíamos definitivos.
La conquista de la democracia paritaria pasa necesariamente por la revisión de la masculinidad patriarcal y por un proceso de transformación socio-cultural en el que los hombres hemos de asumir un papel protagonista. Sin él, los logros serán puntuales y frágiles, de manera que se continuará prorrogando un orden que sigue empeñado en ofrecer más obstáculos a las mujeres en el ejercicio de sus derechos y que en los últimos tiempos está desarrollando mecanismos cada vez más sutiles de dominación.
Esa revisión debe incidir a su vez en la armonización entre lo público y lo privado, así como en la redefinición de una racionalidad pública hecha a imagen y semejanza de los hombres. En estos momentos de crisis política y económica es más oportuno que nunca plantear otras maneras de ejercer el poder, de organizar la convivencia y de gestionar los conflictos.
Es necesario encontrar, como ya plateara Virginia Woolf en sus Tres guineas, “nuevos métodos y nuevas palabras”. Un reto que exige la superación de la subjetividad patriarcal, la apuesta por masculinidades heterogéneas y disidentes y la configuración de una ciudadanía capaz de superar los binarios –público/privado, razón/emoción, producción/reproducción, cultura/naturaleza, heterosexualidad/diversidad afectivo-sexual– que durante siglos han servido para mantener subordinadas a las mujeres y en posición de privilegio a los hombres.
Aunque también, y eso es algo que yo he ido descubriendo al quedarme desnudo frente al espejo, esa hombría impuesta nos haya condenado, a la mayoría sin ser conscientes de ello, a perdernos todo aquello que el orden cultural dominante entendía que entraba en contradicción con la demostración pública de nuestra virilidad. De ahí el doble compromiso que como hombre demócrata asumo como irrenunciable, el que comienza por quitarme la máscara del género que me atosiga y que continúa con la militancia feminista que parte del convencimiento de que la democracia o es paritaria o no es.

Octavio Salazar Benítez es profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba y autor de Masculinidades y ciudadanía. Los hombres también tenemos género (Dykinson, Madrid, 2013).
Imagen: “La lección de esgrima”, Fernando Bayona
EL PAIS-blog sociedad
Las opiniones sobre el artículo son tan interesantes como el artículo. Puedes leerlas en:
http://blogs.elpais.com/mujeres/2013/04/los-hombres-también-tenemos-género-1.html



martes, 15 de abril de 2014

Genero rolak aztertzen



        Caricatura de los Roles de Género


                 
       
           


Todas las sociedades se estructuran y construyen su cultura en torno a la diferencia sexual de los individuos que la conforman, la cual determina también el destino delas personas, atribuyéndoles ciertas características y significados a las acciones que unas y otros deberán desempeñar --o se espera que desempeñen--, y que se han construido socialmente.

Los roles de género son conductas estereotipadas por la cultura, por tanto, pueden modificarse dado que son tareas o actividades que se espera realice una persona por el sexo al que pertenece. 

Por ejemplo, tradicionalmente se ha asignado a los hombres roles de políticos, mecánicos, jefes, etc., es decir, el rol productivo; y a las mujeres, el rol de amas de casa, maestras, enfermeras, etcétera (rol reproductivo) -INMUJERES, 2004-.

El concepto sexo se refiere a las diferencias y características biológicas, anatómicas, fisiológicas y cromosómicas de los seres humanos que los definen como hombres o mujeres; son características con las que se nace, universales e inmodificables. En cambio el género es el conjunto de ideas, creencias y atribuciones sociales, que se construye en cada cultura y momento histórico con base en la diferencia sexual.

De aquí surgen los conceptos de masculinidad y feminidad, los cuales determinan el comportamiento, las funciones, las oportunidades, la valoración y las relaciones entre mujeres y hombres. Es decir, el género responde a construcciones socioculturales susceptibles de modificarse dado que han sido aprendidas (INMUJERES, 2004). En consecuencia, el sexo es biológico y el género se elabora socialmente, de manera que ser biológicamente diferente no implica ser socialmente desigual.

"el papel (rol) de género se configura con el conjunto de normas y prescripciones que dictan la sociedad y la cultura sobre el comportamiento femenino o masculino. Aunque hay variantes de acuerdo con la cultura, la clase social, el grupo étnico y hasta el estrato generacional de las personas, se puede sostener una división básica que corresponde a la división sexual del trabajo más primitiva: las mujeres paren a los hijos y, por lo tanto, los cuidan: ergo, lo femenino es lo maternal, lo doméstico, contrapuesto con lo masculino, que se identifica con lo público. La dicotomía masculino-femenino, con sus variantes establece estereotipos, las más de las veces rígidos, que condicionan los papeles y limitan las potencialidades humanas de las personas al estimular o reprimir los comportamientos en función de su adecuación al género". Según Lamas, el hecho de que mujeres y hombres sean diferentes anatómicamente los induce a creer que sus valores, cualidades intelectuales, aptitudes y actitudes también lo son. Las sociedades determinan las actividades de las mujeres y los hombres basadas en los estereotipos, estableciendo así una división sexual del trabajo.

Al conocer el sexo biológico de un recién nacido, los padres, los familiares y la sociedad suelen asignarles atributos creados por expectativas prefiguradas. Si es niña, esperan que sea bonita, tierna, delicada, entre otras características; y si es niño, que sea fuerte, valiente, intrépido, seguro y hasta conquistador (Delgado et al., 1998). 

A las niñas se les enseña a "jugar a la comidita" o a "las muñecas", así desde pequeñas, se les involucra en actividades domésticas que más adelante reproducirán en el hogar. De acuerdo con estas autoras, estos aprendizajes forman parte de la "educación" que deben recibir las mujeres para cumplir con las tareas que la sociedad espera de ellas en su vida adulta. En cambio, a los niños se les educa para que sean fuertes y no expresen sus sentimientos, porque "llorar es cosa de niñas", además de prohibirles ser débiles.


viernes, 11 de abril de 2014

La Cenicienta que no quería comer perdices




La Cenicienta que no quería comer perdices






“Este cuento está dedicado
a todas las mujeres valientes
que quieren cambiar su vida
y a todas aquellas que la perdieron

y nos iluminan desde el Cielo
El Libro se compone de 45 páginas de imágenes y textos minimalistas de rápida lectura. Con el apoyo gráfico de las ilustraciones, el breve texto consigue aunar la crítica social con el papel oficial de la mujer, pero desde una versión positiva y de cambio.
La Cenicienta que no quería comer perdices es un cuento moderno y de corte realista. Nos muestra la situación de mujeres que un día descubren que su vida no es el prometido cuento de hadas que se creyeron. En la obra se reinventa el cuento clásico de La Cenicienta con una protagonista vegetariana y a su vez rebelde.

Autoras

Myriam Cameros Sierra
Myriam-Cameros-Sierra.jpg
Nacimiento1978
Pamplona,  España
OcupaciónIlustradora
Myriam Cameros Sierra (Pamplona1978 - ) es una ilustradora, artista plástica y "grafitera" . Pasó su niñez en Navarra. Su obra abarca desde murales hasta camisetas para marcas de ropa y prensa gráfica. Ha sido premiada en diferentes certámenes de artes plásticas y de cómic.[cita requerida]
Nunila López Salamero
Nunila-López-Salamero.jpg
Nacimiento1966
Barcelona,  España
OcupaciónEscritora
Nunila López Salamero, (1966, Barcelona- ) es una escritora de origen aragonés. nacida en Barcelona. Autora de cuentos, se ha vinculado al trabajo de varios grupos feministas. «La Cenicienta que no quería comer perdices» surge como encargo del "Grupo de mujeres contra los malos tratos de Horta".

lunes, 7 de abril de 2014

SUPERLOLA


SUPERLOLA, la superheroina
Bideo-ipuina




Superlola es un cuento coeducativo protagonizado por una niña valiente que quiere ser superheroína. Ella sueña con un mundo mejor en el que todas las niñas y niños sean libres para ser lo que quieran...

Cuento creado y escrito por Gema Otero Gutiérrez.
Ilustrado y animado por Juan Antonio Muñoz Berraquero. 
Música producida por Shrimpy. 
Narrado por Lola Núñez Otero (SuperLola)

Personajes infantiles comprometidos con la igualdad

10 personajes infantiles comprometidos con la igualdad

De Mary Poppins a la protagonista de Frozen, un repaso por algunos de los personajes de ficción animada que han transgredido los roles tradicionales de género
La creación de Astrid Lingren era una niña irreverente y simpática de 9 años
La mayoría de las películas, los libros y las series de televisión infantiles han estado siempre protagonizados por personajes varones. Ser el eje del relato, luchar por un sueño, tomar decisiones, emprender aventuras… toda parecía reservado para ‘ellos’. Y los pocos productos protagonizados por ‘ellas’, en su mayoría, reproducían los esquemas propios del patriarcado. “Las series y películas de nuestra infancia nos pueden parecer ahora algo banal y remoto, pero no es así. Sirvieron para fortalecer estereotipos, perpetuar la invisibilidad de las mujeres y limitar nuestras autopercepciones y aspiraciones sociales”, señala Sonia Herrera, especialista en la línea de Estudios audiovisuales desde la perspectiva de género de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Desde la sumisa Vilma Picapiedra o la insulsa Minnie Mouse hasta las hipersexualizadas Monsters High, pasando por la candorosa Candy, Candy o la insípida princesa Romy de La vuelta al mundo de Willy Fog, nuestro imaginario colectivo está repleto de personajes infantiles femeninos que reproducen conductas estereotipadas y sexistas. En lo alto de la lista están las princesas Disney, la mayoría de ellas monas, lánguidas, frágiles y enamoradizas y que constituyen un claro ejemplo negativo de feminidad, únicamente preocupadas por encontrar el amor en el príncipe azul de turno que las rescatará. “En lo que al género de animación se refiere, tradicionalmente se han construido personajes asignándoseles una serie de características en función de si eran mujeres u hombres, quedando encasillados en roles y estereotipos basados en la desigualdad de género”, afirma Inmaculada Sánchez-Labella, doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla y autora del estudio Construcción de la imagen femenina en las series de animación.
A pesar de la proliferación de los cuentos pro igualdad, como el reciente Superlola, en los últimos años no ha cambiado mucho el cuento. Aunque es cierto que siempre ha habido personajes femeninos en la literatura infantil y juvenil y en los dibujos que se atrevieron a romper con lo establecido en materia de igualdad de género, que reclamaban su independencia, su libertad y la igualdad de derechos respecto a sus compañeros varones. Personajes autónomos, como la abeja Maya; rebeldes, como Punky Brewster; o que querían ser piratas, como Pippi Calzaslargas. Aquí están algunos de esos modelos de insumisión que han colaborado en la construcción de una sociedad más igualitaria entre hombres y mujeres:
1. Mary Poppins: El personaje que interpretó Julie Andrews es una mujer soltera, trabajadora, independiente en una época en la que no es lo habitual. "Toma sus propias decisiones y sus méritos no radican en la belleza”, asegura Herrera, experta además en comunicación educativa, cine e igualdad de género. Y añade: “El personaje literario lo era aún más, pero Walt Disney se encargó, de forma perversa, de edulcorar la obra de Pamela Lyndon Traver para la gran pantalla”.
2. Jo (‘Mujercitas’): El personaje de la novela de Louisa May Alcott no tenía nada que ver con sus hermanas. Soñaba con ser escritora, se negó a casarse con su amigo y tenía un espíritu rebelde, más parecido a lo que entonces se entendía como el carácter de un chico. Una metáfora que se simboliza cuando Jo se corta su preciado pelo para conseguir dinero y que su madre pueda ver a su padre, herido en la guerra.
3. Pippi Calzaslargas: En los 70 marcó a toda una generación precisamente porque poseía características y actitudes “propias de un personaje masculino: estaba dotada de una gran fuerza, era rebelde, autónoma y aventurera”, señala Sánchez-Labella. También ayudaba a ello su modo de vestir, que rompía con los roles y patrones tradicionales que dibujaban el género femenino, “por su estilo desaliñado, despreocupado y alejado del estereotipo cuidado y delicado”. Libre, independiente, fuerte, divertida, irreverente… con ella llegó la transgresión. “Pippi traspasaba sin vacilar las normas sociales y el pensamiento hegemónico de la época porque no tenía absolutamente nada que ver con lo que se esperaba de una señorita”, explica Sonia Herrera.
4. Mafalda: El entrañable personaje de Quino no puede decirse que sea un personaje expresamente infantil, pero lo que sí puede afirmarse con rotundidad es que todos sus lectores, mayores y pequeños, se han visto sacudidos por sus aspiraciones utópicas y su discurso brutalmente sincero. Para Sánchez-Labella, “Mafalda se presenta preocupada por los problemas que asolan la Humanidad y amenazan la paz mundial, es noble, inconformista y se rebela contra elmundo, queriendo romper con el legado de sus mayores y rompiendo los estereotipos de personajes masculinos luchadores”.
5. La pequeña Lulú: Nació como una tira cómica creada por Marjorie Henderson Buell, una de las primeras mujeres dibujantes de cómics de EEUU. Después saltó a la TV con el mismo espíritu: “Siguió siendo la protagonista del relato, la líder, el personaje que resuelve, que cuestiona los criterios machistas y los prejuicios de sus compañeros de pandilla”, indica Sonia Herrera, que destaca el carácter revolucionario de este personaje en la España de los años 60, hasta el punto de que los cómics fueron prohibidos por el régimen franquista porque “perjudicaban la educación de los niños”.
6. Ana de las Tejas Verdes: La protagonista de la serie (y de la novela de Lucy Maud Montgomery) llega al hogar de los Cuthbert cuando ellos esperan que el niño que han adoptado sea varón. “En su lugar aparece Ana, una chica perspicaz, creativa, estudiosa, competitiva, con ambiciones de ser una gran escritora y alegre, que disfruta en compañía de sus amigos y que se relaciona de igual a igual con los chicos de su edad”, destaca Herrera.
7. Las Súpernenas: Son tres hermanas que tienen que salvar su ciudad cuando el alcalde las necesita. Vestidas igual pero de distinto color, su principal característica es que son superheroínas, un hecho “atípico” para la investigadora Sánchez-Labella puesto que, “en su mayoría, y desde la estereotipia tradicional, el constituirse como personajes protagonistas con poderes era propio de los personajes masculinos”.
8. Mérida (‘Brave’): “Esta princesa subvierte el rol tradicional de princesa Disney”, afirma Sonia Herrera, pues rompe con los roles tradicionales y decide redirigir su futuro al poner fin a la antigua costumbre que la obligaba a casarse con los hijos de los señores pudientes de su reino. “Es una joven valiente, aventurera, impulsiva y experta arquera, lo cual puede llamar la atención del público pues se trata de actividad deportiva asignada tradicionalmente al género masculino”, añade Sánchez-Labella. Mérida no tiene nada que ver con Cenicienta o Blancanieves y está muy alejada de los tradicionales personajes representados en este tipo de historias. “Se la dibuja como un personaje revelador y rompedor con los esquemas hasta ahora asignados a los personajes de princesa”, añade la investigadora. Su aspecto físico, con una melena pelirroja, alborotada y desaliñada, simboliza su espíritu libre y valiente, como el título de la película.
9. Dora, la exploradora: Es una niña de 7 años divertida, alegre y amable con rasgos latinos, lo cual introduce un aspecto positivo desde la perspectiva de la evolución de la igualdad social y cultural. “Con un carácter atrevido y aventurero, protagoniza historias convirtiendo tales adjetivos como no sólo aptos para el sexo masculino”, indica Sánchez-Labella.
10. Ana (‘Frozen, el reino de hielo’): La protagonista de la última producción de Disney se une a un audaz hombre de las montañas en un viaje épico para poner fin al gélido hechizo que condenó a la ciudad de Frozen a un invierno eterno. “Aunque se presenta con rasgos propios de una princesa: esbelta silueta y larga cabellera rubia, Anna se diferencia de este estereotipo tradicional presentándose como una joven optimista, valiente, aventurera y astuta”, indica Inmaculada Sánchez-Labella. “Aquí el amor romántico es una parte más de la trama, pero adquiere mucha más importancia el amor entre las hermanas Elsa y Ana, rompiendo así con el relato patriarcal tradicional”, añade Sonia Herrera.